(ESP) Derechos de Papel: El de la Vivienda

DERECHOS DE PAPEL: EL DE LA VIVIENDA

Julián Salas

En el Día Mundial del Hábitat, Naciones Unidas convoca a la reflexión y el debate sobre la situación cosmopolita de alojamiento de la humanidad. Dos hechos especialmente reseñables: de una parte, el que está aconteciendo durante el año en curso, en el que por primera vez la población urbana superará a la rural; el segundo lo aporta la demografía: mientras que la humanidad necesitó una miríada de años para alcanzar los primeros mil millones de habitante sobre la tierra, lo que aconteció al inicio del siglo XIX –en el 1804-, sólo han transcurrido 26 años –de 1980 a 2006- para que el mundo se incrementase en los últimos mil millones, pasando de 5.500 a 6.500 millones.

Los datos enunciados, en sí pavorosos, se magnifican si se atiende a su dispar reparto cualitativo. El Programa Hábitat de Naciones Unidas cifra en más de un tercio de la demografía mundial los pobladores que están asentados en la marginación, incapaces de cubrir por sí mismos sus necesidades mínimas de cobijo. Entre ellos están los denominados ‘sin techo’, más de cien millones de personas que viven de forma errática; los desplazados y refugiados, más de treinta millones, alojados en campamentos eventuales de ACNUR y otros organismos internacionales. En lo relativo a la mera vivienda: 925 millones de personas viven en tugurios urbanos, y se estima que una cifra algo superior lo hacen en cabañas y chozas, aún más precarias, en núcleos rurales. Más allá de las necesidades de vivienda, los pobladores que carecen de agua potable a menos de trescientos metros de su cobijo ascienden ya a 1300 millones, y los que no disponen de ningún saneamiento, ni siquiera de la más elemental letrina seca, sobrepasan los 2500 millones. Pero para llegar a sopesar la auténtica envergadura del problema no basta con identificar estos déficit, sino que los mismos han de incrementarse con los que ya presionan como nuevas e inmediatas demandas.

No es de extrañar que Naciones Unidas haya realizado un dramático llamamiento (Nueva Delhi, 27 de junio de 2007) a todos los gobiernos para que: “…se tomen en serio la inevitable urbanización de la pobreza y tomen medidas antes de que la tugurización y la necesidad de alojamientos sean irreparables”. Parece el momento de poner sobre el tapete la degradación e incumplimiento sistemático de acuerdos solemnes, declaraciones multilaterales, ambiciosos propósitos estatales… en materia de vivienda, que cuentan como primer punto de referencia con la pertinente Declaración Universal de los Derechos Humanos de 10 de diciembre de 1948, cuyo Artículo 25 señala: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios…” Años después, la Asamblea General de las Naciones Unidas (1966), en el Artículo 11 del “Pacto Internacional relativo a los derechos económicos, sociales y culturales”, lo ratificaba.

Este derecho sigue consumiendo enconados turnos de palabra en foros internacionales especializados, como ocurrió en la Conferencia Mundial sobre las Ciudades -Hábitat II, Estambul 1996- tratando de que se explicitara de forma taxativa en su declaración el derecho a la vivienda, que finalmente no prosperó. En el debate, UNESCO, liderada por Mayor Zaragoza, defendió “…el derecho a la vivienda, derecho a un techo para sí y para la familia, es una condición de ejercicio de la ciudadanía”, que apunta al aspecto medular del problema, ya que sin un cobijo, la familia está más cerca de la condición de sobrevivientes que de la de ciudadanos.

El siglo XXI se iniciaba con la llamada ‘Cumbre del Milenio’. Entre los Objetivos consensuados por prácticamente todos los Jefes de Estado del universo, figura la Meta 11: “Mejorar considerablemente la vida de por los menos 100 millones de habitantes de tugurios para el año 2020”. La evaluación de su grado de cumplimiento realizada en 2005 resultó ser más que pesimista, ratificando el proverbio de que es más fácil predicar que dar trigo, aunque esa prédica sea consensuada, firmada y publicitada a los cuatro vientos. El nudo gordiano está en que, como bien dice el ministro Solbes “…este tipo de declaraciones suponen gasto”, ¡por supuesto¡, pero de lo que se trata es de comprometerse con prioridades de gasto, y es aquí, donde aparecen opciones muy divergentes: entre optar por el cumplimiento escrupuloso de acuerdos que pueden ser incluso nocivos para la humanidad, y que pueden suponer gastos ingentes, y los que como el derecho a la vivienda tienen como objetivo facilitar el desarrollo centrado en las personas.

Apoyados en los más que aceptables resultados conseguidos en proyectos de mejora de tugurios y de dotación de habitabilidad básica, cuando se han utilizado como herramientas de lucha contra la pobreza, tanto la ayuda oficial al desarrollo como el sector público y el privado deberían extremar su voluntad de cooperar en paliar el difícil objetivo en un intento sostenido de universalizar la habitabilidad básica. Alcanzar tal nivel elemental de habitabilidad –si bien es un reto de muy difícil realización– resulta condición ineludible para que esos cientos de millones de personas que viven en la precariedad residencial no vean cegada toda esperanza.

Los significativos resultados de este análisis sirven para desterrar de antemano cualquier engañosa solución ideológica y ayudan a ponderar la grave complejidad consustancial al problema. Como alternativa pragmática, más sensata y primordial, de asentamiento viable al conjunto de estos déficit, hemos definido la habitabilidad básica. Por tal entendemos el conjunto de estructuras físicas elementales que, tanto en su referente social como económico, satisfacen esas necesidades esenciales de habitabilidad que tenemos todas las personas. Se trata del mínimo admisible que no hipoteca su futuro desarrollo y perfeccionamiento, sino que, muy por el contrario, prevé desde el origen de todo asentamiento su construcción y mejora progresiva por los propios pobladores mediante: ubicación en suelos adecuados; diseño de parcelaciones ordenadas; oferta de espacios públicos holgados para su paulatina urbanización con pavimentación, infraestructuras de agua, saneamiento y energía…; edificación de viviendas-semilla, y reservas de suelos para servicios, también progresivos, de educación, salud, ocio y producción.

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Julián Salas, investigador del CSIC, es Director de la Cátedra UNESCO de la ETSAM sobre Habitabilidad Básica y autor del libro Contra el hambre de vivienda.

Julián Salas

julian.salas@mec.es
DNI 26.143.026 F

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